lunes, 24 de febrero de 2014

Consumo justo, con sumo gusto

 Los recuerdos me trasladan  a la ciudad de Corella donde  pasé mis primeros años.
 Vivía con mis abuelos en una modestísima casa. El abuelo trabajaba en el campo. Algunas veces a eso de las 9, yo le llevaba un mendrugo de pan y una cantina con algo que llamábamos café (cebada tostada), y achicoria, endulzado con unas sacarinas que  por unos céntimos  se compraban por unidades.
 La comida se componía únicamente de los productos que se recolectaban. .    En casa no teníamos  ningún animal que nos diera leche. Una vecina que tenía dos cabras nos traía leche  a cambio de huevos.
 Se consumían  las verduras propias de temporada, por lo que los sabores y aromas eran diferentes a los que hoy tomamos. Las frutas y hortalizas estaban siempre en  plenitud de sabor.  Un tomate restregado en un mendrugo de pan servia de merienda, o un chorrito de aceite en un currusco de pan.
 La sopa de ajo  era menú diario. Daba igual la hora. Servía lo mismo para comer, cenar o  incluso desayunar.
 La carne  se limitaba a  los pollos del corral  y conejo en contadas ocasiones, pero aquellos sabores nada tienen que ver con los que  hoy comemos. Los demás días se vendían o cambiaban por otros productos que no tenían en casa.
 Alguna vez la abuela ponía casquería. Nada se desperdiciaba. Las vísceras eran de lo más económico. Cocinaba muy bien y con poco dinero.
 Haciendo honor al título de este relato cocinaba

    “con mucho gusto, consumiendo lo justo” 

                                          Pilar Monreal

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