Los recuerdos
me trasladan a la ciudad de Corella
donde pasé mis primeros años.
Vivía con mis
abuelos en una modestísima casa. El abuelo trabajaba en el campo. Algunas veces
a eso de las 9, yo le llevaba un mendrugo de pan y una cantina con algo que
llamábamos café (cebada tostada), y achicoria, endulzado con unas sacarinas
que por unos céntimos se compraban por unidades.
La comida se
componía únicamente de los productos que se recolectaban. . En casa no teníamos ningún animal que nos diera leche. Una
vecina que tenía dos cabras nos traía leche
a cambio de huevos.
Se
consumían las verduras propias de
temporada, por lo que los sabores y aromas eran diferentes a los que hoy
tomamos. Las frutas y hortalizas estaban siempre en plenitud de sabor. Un
tomate restregado en un mendrugo de pan servia de merienda, o un chorrito de
aceite en un currusco de pan.
La sopa de
ajo era menú diario. Daba igual la
hora. Servía lo mismo para comer, cenar o
incluso desayunar.
La carne se limitaba a los pollos del corral y
conejo en contadas ocasiones, pero aquellos sabores nada tienen que ver con los
que hoy comemos. Los demás días se
vendían o cambiaban por otros productos que no tenían en casa.
Alguna vez la
abuela ponía casquería. Nada se desperdiciaba. Las vísceras eran de lo más
económico. Cocinaba muy bien y con poco dinero.
Haciendo honor al título de este relato cocinaba
“con mucho gusto, consumiendo lo
justo”
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